Conoce la conexión entre tu psicología, las formas de tu rostro y la Geometría Sagrada
Desde mucho antes de Platón, pasando por el “Hombre de Vitruvio“ de Leonardo Da Vinci, hasta la actualidad, el ser humano ha estudiado cómo existen determinadas medidas y proporciones sagradas que ordenan la naturaleza.
A este conocimiento hermético traspasado inicialmente de forma oral y a través del sentir personal se le denomina Geometría Sagrada.
Y es que se dice que todo patrón natural de crecimiento o movimiento se remonta a una o más formas geométricas.
La Geometría Sagrada nos habla por tanto de la natural relación entre forma y significado, o aquello que inconscientemente nos evoca.
Y aquí es donde entra la representación de estas formas en nuestro cuerpo, y más concretamente en nuestro rostro. Pues hoy sabemos gracias a la Psicología Facial que como afirma el Dr. Julián Gabarre “rostro y cerebro son dos caras de una misma moneda”, pues nuestro rostro define fielmente parte de nuestra personalidad, de nuestros rasgos psicológicos.
¿Cómo sucede esta relación entre forma y función o significado?
Pues bien, en la naturaleza sabemos que el círculo representa el todo, la unión, la plenitud, la expansión en las fuerzas, y es así como ocurre en las leyes de la morfopsicología:
En psicología facial vemos cómo rostros dilatados, anchos o redondos, son sinónimo (observando el resto de variables faciales) del carácter propio de la persona que considera el entorno como favorable, por ello este es el “arquetipo” del instinto de expansión ante la vida, de personas con amplia vitalidad y energía, en un mundo en el que se sienten bien acogidos. Y es por ello que en ellos prima la extroversión, la preferencia por la cantidad y por necesidades de tipo material, dado que el contacto con la material se siente como agradable. Se trata de unas fuerzas que son sentidas y expresadas con una energía expansiva.
Sin embargo, este carácter llevado al extremo de la dilatación, conlleva un carácter hiposensible, esto es, al percibir el medio como favorable, las alertas o estructura defensiva ante problemas de la vida será menor.
¿Te has fijado alguna vez en el rostro de las personas que por ejemplo se dan un golpe y apenas se enteran, o bien pisan a otra sin darse cuenta, sin ser apenas conscientes de su espacio personal… Sus alertas internas y sensibilidad activa son menores.
Por otro lado, nos encontramos rostros estrechos, finos, alargados, “secos”… es lo que en morfopsicología denominamos rostros retraídos, en este caso, la forma representativa sería la línea, un trazo fino y aislado, y como la propia forma nos evoca, se trata de personas con una psicología más tendente a la adaptación electiva, a unos intercambios con los demás (relaciones) y con la materia limitados, hay una predominancia de introversión y búsqueda de calidad y selectividad frente a cantidad. Las necesidades materiales son menores y más “finas o delicadas”, puesto que el entorno es percibido como hostil dada su alta sensibilidad.
Y es que, Claude Sigaud, uno de los precursores de esta disciplina consideró la sensibilidad como un factor esencial de defensa orgánica. Por tanto, la retracción, entendida en esta disciplina con formas delgadas, secas o estrechas no sería como muchas veces se piensa, una atrofia de los tejidos o pérdida de vitalidad, sino una reacción viva de defensa que preserva el organismo, impidiendo la aparición de lesiones susceptibles de poner la vida en peligro, suspendiendo los intercambios.
Por ello sabemos que rostros retraídos rehúsan todo aquello que perciban como nocivo. Serán personas que tengan más en cuenta su individualidad y su espacio propio. De manera que su adaptación al entorno y al grupo que tengan alrededor es electiva, y por ello pueden parecer más fríos o distantes en entornos que no perciban amigables.
Esto que percibimos en personas, es igualmente observable en otras formas de la naturaleza, como en las plantas: en entornos húmedos, favorables para la vegetación, esta será frondosa y ancha, ante un instinto que les hace ampliarse por percibir el entorno como “agradable” para su expansión.
Y por ello estas personas de tendencia dilatada serán extrovertidas, gregarias, sociables, con necesidad de contactos con los otros/as, conciliadores, cariñosos, con mayor inclinación hacia los bienes y disfrutes materiales y una fuerza vital amplia.
Por otro lado, en entornos desfavorables como es un desierto, la sabia naturaleza hace que la vegetación sea estrecha, con una forma en la que prima el instinto de conservación, se conservan fuerzas y recursos (como lo hace un cactus filtrando agua en su interior) y lo que se deja a la vista son formas más finas, secas, estrechas y punzantes.
Podemos percibir así la analogía de una vegetación que al percibir el entorno como desfavorable amplía su sensibilidad interna hasta el punto de activar al máximo sus defensas para sobrevivir, al igual que percibe el mundo inconscientemente una persona de rostro retraído, percibida como alguien más “cerrado”, individualista, selectivo, con gran dominio de sí, tímido, con aparecía de menor vitalidad, paciente pero punzante o sarcástico, que sin embargo dispondrá de un mundo interno ampliamente rico y sensible.
¿Cuál es la conclusión de esto?
Si hay algo que mediante distintas disciplinas ha quedado patente es que la forma expresa la funcionalidad, y yendo aun más allá y lo que es más sorprendente y maravilloso…